Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento

Bertrand Russell y el pensamiento libre

Sería difícil imaginar un icono más disparatado para la rebeldía de 1960-70 que Bertrand Russell, Premio Nobel, conde, matemático y filósofo galés que nunca se dejó ver sin traje.

Lord Bertrand Arthur William Russell,
defensor de la libertad.
(Fotografía D.P. vía Wikimedia Commons)
En 1940, los guardianes de la moral de Nueva York se lanzaron a evitar que Bertrand Russell fuera contratado como profesor en el City College por ser defensor de la libertad sexual. Una familia interpuso –y ganó– una demanda afirmando que la presencia de Russell como profesor podría corromper la moralidad sexual de su hija, y el gobierno municipal retiró los fondos para su cátedra.

Quienes defendían a Russell resumían su posición en lo que Einstein le escribió a un profesor del City College: “Los grandes espíritus siempre han enfrentado la violenta oposición de mentes mediocres”.

Y el espíritu de Bertrand Russell era grande ya entonces. Nacido en Gales en 1872 como tercer conde de Russell, en una familia aristocrática, liberal, laborista e implicada en la política (su abuelo fue dos veces primer ministro de la Reina Victoria) fue educado por tutores en su propio hogar hasta que entró al legendario Trinity College de Cambridge, donde al terminar sus estudios pasó a ser profesor.

Entre 1910 y 1913, brilló el Russell matemático y lógico, llamando la atención del mundo con su magna obra Principia mathematica escrita junto con Alfred North Whitehead. En este trabajo, los autores emprendieron el intento de demostrar que las matemáticas estaban basadas en la lógica formal o en la teoría de conjuntos.

El resultado, sin embargo, fue que no pudieron demostrarlo. Encontraron axiomas que no se pueden justificar filosóficamente. Pero, en el proceso, los autores establecieron numerosas nociones filosóficas y matemáticas de gran valor sobre las cuales trabajarían matemáticos como Kurt Gödel y Alan Turing.

Esta sola aportación habría bastado para que Bertrand Russell se ganara un lugar en la historia de la ciencia y la filosofía. Pero las inquietudes del filósofo iban más allá, y se desbordaban a los terrenos de la filosofía de la ciencia, el pensamiento crítico, la política, la reforma social, la paz, la defensa de la libertad y la justicia. Así, por coherencia moral, Russell se declaró pacifista y objetor de conciencia ante la Primera Guerra Mundial, lo que llevó, primero, a su despido de Cambridge en 1916 y, finalmente, a un breve período en prisión en 1918.

En los años siguientes, Russell escribió una serie de libros sobre sus ideales políticos, libertarios y cuestionadores, pero sin dejar de lado aún su trabajo matemático. En 1920, después de visitar a Lenin en la recién nacida Unión Soviética, escribió La práctica y teoría del bolchevismo, donde, además de su simpatía por los ideales del socialismo y la justicia social, expresaba su preocupación por el autoritarismo y falta de consideración por las “opiniones y sentimientos de los hombres y mujeres comunes”, y por el excesivo dogmatismo de los bolcheviques que eliminaba la libertad de la sociedad que estaban intentando forjar.

En 1927, Russell y su segunda esposa, fundaron la escuela Beacon Hill para ofrecer la enseñanza de un pensamiento humanista, crítico y cuestionador que “rompiera con los métodos educativos tradicionales” y mantuviera la alegría y asombro de la niñez sin las angustias generadas por el autoritarismo habitual. Con base en métodos como el de María Montessori o Friedrich Fröbel. La experiencia dio origen al libro de 1932 La educación y el orden social.

Antes de eso, sin embargo, en 1929, Russell escribía el libro que le ganaría el odio del conservadurismo, especialmente en Estados Unidos, Matrimonio y moral, donde hacía una apasionada defensa de la libertad sexual y de la posición igualitaria de la mujer y el hombre en la vida en común. Este libro sería el principal responsable de sus dificultades en el City College de Nueva York. Aunque también jugaría un papel, sin duda, su defensa del ateísmo razonado y su crítica a la religión expresados en su libro Religión y ciencia de 1935.

Ante el desarrollo del nazismo, Russell dejó claro que su pacifismo no era absoluto, sino relativo, pues siendo un mal era, en el caso de Hitler, el menor de dos males. En este caso, nuevamente, su máxima preocupación era la libertad, amenazada por este otro totalitarismo, y apoyó los esfuerzos aliados.

La tarea eminentemente académica de Bertrand Russell concluyó, para todo efecto práctico, con uno de sus máximos esfuerzos intelectuales, la Historia de la filosofía occidental de 1945, que sigue siendo considerada una de las formas más amenas de introducirse en los meandros de la filosofía y fue el primer bestseller de Russell, dándole finalmente la tranquilidad económica (que nunca había tenido pese a su posición aristocrática) a los 73 años.

Los años siguientes vieron a Russell convertirse en uno de los pocos filósofos ampliamente conocidos fuera de los círculos académicos. Sus opiniones, siempre heterodoxas y candentes, y su obtención del Premio Nobel de Literatura en 1950 lo hicieron conocido. Su defensa del desarme nuclear, el feminismo, la libertad sexual, la libertad de pensamiento y sus críticas por igual al capitalismo que al comunismo, a la religión y a la Guerra de Vietnam lo fueron convirtiendo en un referente que haría masa crítica en la tempestuosa década de 1960 y sus varias revoluciones.

Sin embargo, esas mismas características lo convirtieron en un personaje mal visto por derechas e izquierdas, por ambos lados en la Guerra Fría y por los conservadores y dogmáticos de todos colores. Así, a los 89 años de edad, fue encarcelado una semana por manifestarse en el movimiento “Prohiban la bomba”.

Aunque su activismo político por momentos pareció ensombrecer su aportación al conocimiento, el paso de los años quizá ha demostrado que ambos aspectos eran dos caras de la misma moneda. La libertad de pensamiento, de cuestionar e investigar la realidad con las armas de la ciencia y el razonamiento, y la convicción de que podemos conocer el universo en lugar de temerlo metafísicamente, quizás no pueden estar divorciadas de la lucha por la libertad esencial del ser humano y su derecho a vivir en paz, de buscar la felicidad y de intentar crear un mundo más justo ante la irracionalidad de la injusticia.

El manifiesto Russell-Einstein

En 1955, Bertrand Russell y Albert Einstein se unieron para pedir a los gobiernos del mundo la renuncia a la guerra como forma de resolución de diferencias, ante el temor de que en una nueva confrontación mundial se utilizaran armas nucleares. Firmado por miles de científicos de todo el mundo, fue la base del Congreso Pugwash sobre ciencia y asuntos mundiales y hasta hoy anima los esfuerzos contra las armas nucleares, aunque no contra los usos pacíficos de la energía nuclear.